lunes, 27 de abril de 2009

A SUS ÓRDENES MI CAPITÁN

Hoy me he cuadrado ante tí, amigo mío, saludando marcialmente tu presencia. Hoy, por última vez, he desfilado ante tí, pero no vestías de verde; tu uniforme era marrón, olía a barniz y a madera, y la cruz que llevabas prendida al pecho no era laureada ni con distintivo rojo, sino un crucifijo dorado que elevaba a eterno tu indiscutible patriotismo, demostrado durante estos últimos noventa y un años en los ejércitos de hombría de bien.

Me sorprendió que en el responso -a las 7,30, hora de diana,que fuiste castrense hasta para eso-, de entre los presentes (solo los de verdad, que tu no querías compromisos) nadie sabía responder a las palabras del oficiante.

Ni tu familia ni tú sabíais de iglesias ni de santos y, posiblemente, no confesaste nunca más que con tus amigos. Sin embargo,en mi opinión, ya estarás en el cielo acompañando a tu Carmela, a la que tantos poemas dedicaste, porque lo único imprescindible para sacar pasaporte para la gloria son los hechos, y tú, mi capitán, pasaste por la vida comandando tu compañía de buenas intenciones y ejerciste tus dotes de mando para la generosidad en las innumerables acciones en las que intervinieron tus nutridos batallones de humanidad.

Hoy elevo por tí -a media asta- la bandera de la palabra para interpretar, en un triste solo de mi corneta de versos, este silencioso poema en prosa con el que rendir honores a mi superior en experiencia, a mi hermano en sentimiento, a mi guía en ecuanimidad, a mi compañero de versos; por eso te saludo, amigo José Ruiz Sebastian, con emocionado cariño, con respetuoso orgullo y con profunda admiración dedicándote la frase con la que te saludé tantas veces:

¡A SUS ÓRDENES MI CAPITÁN!

Sólo deseo que descanses en paz, con tu añorada Carmela, mientras los que te quisimos guardamos tu imagen en el mejor sitio del album de los recuerdos.

Agustín Pérez González

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